De los "cafés-théatres" parisinos a los bares de Malasaña



Cada vez resulta más difícil encontrar lugares auténticos que ofrezcan música en directo en la capital. Dificultad que se agrava cuando se trata de encontrar locales de entrada gratuita. El negocio de la música se encamina hacia el elitismo. Esto, unido al incoherente mundo de las licencias que en ocasiones conllevan la prohibición de bailar, provoca que encontrar un sitio donde tocar se convierta en un quebradero de cabeza para aquellos que huyen de lo comercial. Pero como en todos los campos, siempre hay excepciones, y en el corazón de Madrid siguen existiendo algunos locales donde el humo y la música en vivo se entremezclan cada noche. Uno de ellos es "El rincón de Diego", donde Marie Thiry, francesa de origen vasco, logró transportar al público a las orillas del Sena con su personal visión de la canción francesa, acompañada del guitarrista Charles Leveau.

Con la apariencia de un bar normal, "El rincón de Diego" dista mucho de serlo. Sólo hay que bajar unas estrechas escaleras para darse cuenta. Una vez en el subterráneo uno se transporta a otro mundo. Una realidad paralela en la que la música y los artistas son los protagonistas. Tan sólo hace falta un escenario, un micrófono y el talento de los músicos para que el local, que parece más un almacén decorado con motivos indios y lámparas antiguas de color rojo, se convierta en una auténtica sala de conciertos. Eso sí, sin grandes carteles publicitarios que invaden las calles ni entradas de 20 euros.

La noche del 12 de noviembre fue la noche de Marie Thiry. Hace solamente dos meses que esta joven francesa vive en la ciudad, pero ha sido suficiente para conocer a Charles Leveau y organizar este concierto. Con tan sólo 20 años y mucho talento, Marie demostró su capacidad para acaparar la atención del público, que entre cerveza y cerveza, se dejó llevar por la potencia de su voz y la profundidad de las canciones, entre las que no faltó su personal interpretación de los míticos temas de Édith Piaf; "La foule" (2'56'') y "Jonhny" (2'13''), un cántico por y para los chicos malos que "tanto gustan a las mujeres".

El "Homenaje a la canción francesa", al que Leveau prefirió llamar "recital de poesía" comenzó a las diez de la noche. La sala esperaba abarrotada la aparición de la pequeña Marie. Cuando subió al escenario con su vestido negro y su largo pelo rubio, las conversaciones cesaron y el público que se encontraba de pie comenzó a ocupar todos los rincones de la sala. La escasa distancia entre los músicos y la gente creó un ambiente íntimo y de participación.
Los acordes de la guitarra y las explicaciones de Marie hacían que el público que no entendía el francés pudiese comprender perfectamente el mensaje de cada canción. Así, cada tema se convirtió en un pequeño viaje. Los viajeros: el público, y el recorrido: desde la nostalgia por el Montmatre antes de que los turistas se lo robasen a los pintores, de Charles Aznavour en "La Bohéme", hasta obras maestras del gran Jacques Brel como "Les Passantes" o la famosa "Ne me quitte pas" (vídeo 4'57'').




Canciones críticas como "La Mauvaise Réputation" (2'13''), de Jacques Brassens, o tristes como "La solitude", convirtieron la velada en un acto de poesía dinámico que fue intercalando el ritmo y las emociones. Como explicó Marie: "la canción francesa es así".

En el concierto, el primero de la francesa en Madrid, no faltó la melancolía de los temas de la cantante y compositora Barbara (bibiografía de Wikipedia). "Göttingen" y "L'Almée Phénomène" fueron algunos de los elegidos. Tras ellos y para poner un toque de alegría y humor a la noche, Marie y Charles escogieron una curiosa canción: "Le Poinconneur des Lilas" (2'41''). El tema, para los que no entienden francés, trata sobre un antiguo revisor del metro de París que se vuelve loco de tanto agujerear los billetes de los pasajeros (video 3'17'').





Se terminaba el concierto, pero el público quería más. "¡Une autre!", exclamaban algunos aventajados... Y así fue. Tras los aplausos, los acordes de la primera canción volvieron a sonar. Pero para la sorpresa de los allí presentes, la actuación no terminó ahí y de forma improvisada Javier de Pedro subió al escenario, y con sus barbas, su dinámica voz, el contraste y su sentido del humor, consiguió arrancar las carcajadas del público.

Tras él y aprovechando el buen ambiente que se respiraba en la sala, un joven espontáneo de gafas redondas y pinta de poeta romántico recitó una poesía acompañado de los acordes de la guitarra de Charles. Se acababa así una velada mágica. Un homenaje a la canción francesa que se convirtió en un tributo a la música en vivo, donde el público es un sujeto activo y las emociones afloran con cada nota.